BOCA JUNIORS
Falcioni tiene razon
Román fue la figura del 2-0 de los titulares. Participó de los dos goles y el equipo fue otro. El técnico lo había dicho: "Es el mejor".
La carcajada de Riquelme es la síntesis perfecta. No viene sola. Intenta gambetear al técnico/árbitro (Falcioni) y de tanto que prepara la jugada, termina dando un pase a cualquier lado y se tienta. Pero esta vez, la sonrisa del 10 no desentona: ayer en el estadio era todo felicidad. Una práctica de fútbol fructífera, un crack intacto, una victoria que alegra los ojos pensando en el domingo, un equipo que tiene otra cara, una Bombonera feliz otra vez. Late de nuevo. Al fin.
El buzo de Riquelme debe tener unas cuantas temporadas encima. Y él parece ese crack disimulado al que invitan a jugar cuando falta uno pero la termina rompiendo. Ayer la rompió. Y no sólo por lo que hizo, si no por lo que hizo hacer. Hizo jugar. Hizo tocar. Hizo que este equipo tenga una idea más clara de lo que quiere y no sólo de lo que no quiere (recibir goles). Hizo que los protagonistas se relacionaran entre sí. Hizo que Araujo metiera dos goles (Mouche no jugó y Noir recibió un golpe). Fue una usina generadora de buenas noticias, para el entrenador y para los hinchas.
En los dos tiempos que se jugaron, Riquelme anduvo por toda la cancha. En los primeros 31 se estacionó por la izquierda, cediéndole el sector de creación pura a Erviti. Y ojo: Román no sólo ocupó el carril, sino que también se encargó de retroceder por ese sector y cubrir los espacios como si fuera Colazo. Comprometido en ataque y con responsabilidades en defensa, por ese lado manejó la pelota. Fue el que se la pidió a Battaglia y se la entregó también, para intentar siempre encarar de frente al arco. A Clemente, como si tuviera una soguita, le controló todas las subidas. Lo buscó como descarga. Y tiró varias paredes con Palermo, que no terminaron en gol por esas cosas del fútbol. Metió varias asistencias: a Clemente, a Noir (gran pase al claro, entrando por derecha definió afuera), a Erviti (se le fue cerca por abajo), a Rivero (no llegó a tocarla en el área) y hasta Horst (arquero de los suplentes) se la sacó abajo. Hizo un gol de tiro libre, en el segundo intento. Y además, Palermo tuvo dos chances más, tras centros de Rivero y Cellay. Casi.
En el segundo, que duró apenas 15, llegaron los gritos, con Román parado de 10, copando el centro de la cancha. A los siete minutos llegó el 1-0, del que fue autor intelectual: se sacó a dos de encima y abrió para Caruzzo; centro y Araujo definió abajo. Y un minuto antes de que se terminara la mañana, llegó una preciosa jugada colectiva, la mejor del partido. Riquelme tocó con Palermo, que tocó con Rivero, que le devolvió a Palermo, que tiró un centro para Román; el 10 bajó la pelota, la detuvo y se la dejó servida a Araujo, que entraba por el medio del área. Gol. Golazo. Aplauso. Latidos. Falcioni tenía razón el otro día: “Riquelme es el mejor”.
La carcajada de Riquelme es la síntesis perfecta. No viene sola. Intenta gambetear al técnico/árbitro (Falcioni) y de tanto que prepara la jugada, termina dando un pase a cualquier lado y se tienta. Pero esta vez, la sonrisa del 10 no desentona: ayer en el estadio era todo felicidad. Una práctica de fútbol fructífera, un crack intacto, una victoria que alegra los ojos pensando en el domingo, un equipo que tiene otra cara, una Bombonera feliz otra vez. Late de nuevo. Al fin.
El buzo de Riquelme debe tener unas cuantas temporadas encima. Y él parece ese crack disimulado al que invitan a jugar cuando falta uno pero la termina rompiendo. Ayer la rompió. Y no sólo por lo que hizo, si no por lo que hizo hacer. Hizo jugar. Hizo tocar. Hizo que este equipo tenga una idea más clara de lo que quiere y no sólo de lo que no quiere (recibir goles). Hizo que los protagonistas se relacionaran entre sí. Hizo que Araujo metiera dos goles (Mouche no jugó y Noir recibió un golpe). Fue una usina generadora de buenas noticias, para el entrenador y para los hinchas.
En los dos tiempos que se jugaron, Riquelme anduvo por toda la cancha. En los primeros 31 se estacionó por la izquierda, cediéndole el sector de creación pura a Erviti. Y ojo: Román no sólo ocupó el carril, sino que también se encargó de retroceder por ese sector y cubrir los espacios como si fuera Colazo. Comprometido en ataque y con responsabilidades en defensa, por ese lado manejó la pelota. Fue el que se la pidió a Battaglia y se la entregó también, para intentar siempre encarar de frente al arco. A Clemente, como si tuviera una soguita, le controló todas las subidas. Lo buscó como descarga. Y tiró varias paredes con Palermo, que no terminaron en gol por esas cosas del fútbol. Metió varias asistencias: a Clemente, a Noir (gran pase al claro, entrando por derecha definió afuera), a Erviti (se le fue cerca por abajo), a Rivero (no llegó a tocarla en el área) y hasta Horst (arquero de los suplentes) se la sacó abajo. Hizo un gol de tiro libre, en el segundo intento. Y además, Palermo tuvo dos chances más, tras centros de Rivero y Cellay. Casi.
En el segundo, que duró apenas 15, llegaron los gritos, con Román parado de 10, copando el centro de la cancha. A los siete minutos llegó el 1-0, del que fue autor intelectual: se sacó a dos de encima y abrió para Caruzzo; centro y Araujo definió abajo. Y un minuto antes de que se terminara la mañana, llegó una preciosa jugada colectiva, la mejor del partido. Riquelme tocó con Palermo, que tocó con Rivero, que le devolvió a Palermo, que tiró un centro para Román; el 10 bajó la pelota, la detuvo y se la dejó servida a Araujo, que entraba por el medio del área. Gol. Golazo. Aplauso. Latidos. Falcioni tenía razón el otro día: “Riquelme es el mejor”.